Neftalí Ricardo Reyes Bosoalto, nombre de pila de Pablo Neruda, nació en Parral, Chile en 1904. A un mes de nacido muere su madre. El tema del amor no es algo puntual en Neruda, no es que un día despertó y escribió, no es solamente un enamoramiento, es un largo camino que lo llevó a escribir sobre el amor. Se caracteriza por amar a la naturaleza desde sus primeros años, de contemplarla, de vivir y crecer en tierras hermosas, pero de mucho sufrimiento para su gente, a quien también ama. De esta forma Neruda es el “poeta del amor”, del amor, del verdadero amor, a una mujer, a un paisaje, a la humanidad.
De “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” a “Tercera Residencia” hay un cambio en la forma de escribir del poeta del amor: su participación política izquierdista. En 1952, al volver a Chile luego de su exilio, se suma enérgicamente a la candidatura a la presidencia de Salvador Allende. Antes de esto Neruda ya había ocupado cargos políticos, formando parte del Partido Comunista. En 1969 Chile lo nominó como su precandidato a la presidencia, Neruda renuncia a esta precandidatura, para dejar el espacio único a Salvador Allende, quien gana las elecciones.
Sí su compromiso con la izquierda no ha sido ampliamente difundido, no es más que por intereses políticos, por los que administran la información en los países latinoamericanos, la oligarquía. La literatura es un motor de saber, quien tiene acceso a ella, se informa, se influencia, actúa.
A continuación tres de sus poemas amorosos, a la mujer, a América...
Oda a la rosa
A la rosa,
a esta rosa,
a la única,
a esta gallarda, abierta,
adulta rosa,
a su profundidad de terciopelo,
al estallido de su seno rojo.
Creían,
sí,
creían
que reuniciaba a ti,
que no te canto,
que no eres mía, rosa,
sino ajena,
que yo
voy por el mundo
sin mirarte,
preocupado
sólo
del hombre
y su conflicto.
No es verdad, rosa,
te amo.
Adolescente,
preferí las espigas,
las granadas,
preferí ásperas flores
de matorral, silvestres
azucenas.
Por elegante
desprecié tu erguida
plenitud,
el raso matinal de tu corpio,
la indolente insolencia
de tu agonía, cuando
dejas caer un pétalo
y con los otros
continúas ardiendo
hasta que se esparció todo el tesoro.
Me perteneces,
rosa,
como todo
lo que hay sobre la tierra,
y no puede
el poeta
cerrar los ojos
a tu copa encendida,
cerrar el corazón a tu fragrancia.
Rosa, eres dura:
he visto
caer la nieve en mi jardín:
el hielo
paralizó la vida,
los grandes árboles
quebraron sus ramajes,
solo,
rosal,
sobreviviente,
terco,
desnudo, allí en el frío
parecido a la tierra,
pariente
del labrador, del barro,
de la escarcha,
y más tarde
puntual, el nacimiento
de una rosa,
el crecimiento de una llamarda.
Rosa obrera,
trabajas
tu perfume,
elaboras
tu estallido escarlata o tu blancura,
todo el invierno
buscas en la tierra,
excavas
minerales,
minera,
sacas fuego
del fondo
y luego
te abres,
esplendor de la luz, labio del fuego,
lámpara de hermosura.
A mí
me pertences,
a mí y a todos,
aunque
apenas
tengamos
tiempo para mirarte,
vida para
dedicar a tus llamas
los cuidados,
rosa,
eres nuestra,
vienes
del tiempo consumido
y avanzas,
sales de los jardines
al futuro.
Caminas
el camino
del hombre,
inquebrantable y victoriosa eres
un pequeño
capullo de bandera.
Bajo tu resistente y delicado
pabellón de fragrancia
la grave tierra derrotó a la muerte
y la victoria fue tu llamarada.
Oda al amor secreto
Tú sabes
que adivinan
el misterio:
me ven,
nos ven,
y nada
se ha dicho,
ni tus ojos,
ni tu voz, ni tu pelo,
ni tu amor han hablado,
y lo saben
de pronto,
sin saberlo
lo saben:
me despido y camino
hacia otro lado
y saben
que me esperas.
Alegre
vivo
y canto
y sueño,
seguro
de mí mismo,
y conocen,
de algún modo,
que tú eres mi alegría.
Ven
a través del pantalón oscuro
las llaves
de tu puerta,
las llaves
del papel, de la luna
en los jazmines,
el canto en la cascada.
Tú, sin abrir la boca,
desbocada,
tú, cerrando los ojos,
cristalina,
tú, custodiando
entre las hojas negras
una paloma roja,
el vuelo
de un escondido corazón,
y entonces
una sílaba,
una gota
del cielo,
un sonido
suave de sombra y polen
en la oreja,
y todos
lo saben,
amor mío,
circula entre los hombres,
en las librerías,
junto a las mujeres,
cerca
del mercado
rueda
el anillo
de nuestro
secreto
amor
secreto.
Déjalo
que se vaya
rodando
por las calles,
que asuste
a los retratos,
a los muros,
que vaya y vuelva
y salga
con las nuevas
legumbres del mercado,
tiene
tierra,
raíces,
y arriba
una amapola,
tu boca:
una amapola.
Todo
nuestro secreto,
nuestra clave,
palabra
oculta,
sombra,
murmullo,
eso
que alguien
dijo
cuando no estábamos presentes,
es sólo una amapola,
una amapola.
Amor,
amor,
amor,
oh flor secreta,
llama
invisible,
clara
quemadura!
Oda a la bella desnuda
Con casto corazón, con ojos
puros,
te celebro, belleza,
reteniendo la sangre
para que surja y siga
la línea, tu contorno,
para
que te acuestes a mi oda
como en tierra de bosques o de espuma,
en aroma terrestre
o en música marina.
Bella desnuda,
igual
tus pies arqueados
por un antiguo golpe
de viento o del sonido
que tus orejas,
caracolas mínimas
del espléndido mar americano.
Iguales son tus pechos
de paralela plenitud, colmados
por la luz de la vida.
Iguales son
volando
tus párpados de trigo
que descubren
o cierran
dos países profundos en tus ojos.
La línea que tu espalda
ha dividido
en pálidas regiones
se pierde y surge
en dos tersas mitades
de manzana,
y sigue separando tu hermosura
en dos columnas
de oro quemado, de alabastro fino,
a perderse en tus pies como en dos uvas,
desde donde otra vez arde y se eleva
el árbol doble de tu simetría,
fuego florido, candelabro abierto,
turgente fruta erguida
sobre el pacto del mar y de la tierra.
Tu cuerpo, en qué materia,
ágata, cuarzo, trigo,
se plasmó, fue subiendo
como el pan se levanta
de la temperatura
y señaló colinas
plateadas,
valles de un solo pétalo, dulzuras
de profundo terciopelo,
hasta quedar cuajada
la fina y firme forma femenina?
No sólo es luz que cae
sobre el mundo
lo que alarga en tu cuerpo
su nieve sofocada,
sino que se desprende
de ti la claridad como si fueras
encendida por dentro.
Debajo de tu piel vive la luna.
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